Casi siendo las nueve de la noche de
este viernes 11 de agosto, vigente la “veda electoral” que impide en Argentina
la propaganda proselitista en las cuarenta y ocho horas previas a una compulsa
electoral como las PASO del domingo 13, y hasta pasado el cierre de comicios,
en nuestro domicilio del extenso y popular conurbano de Buenos Aires sonó el
teléfono: un flash sonoro hacía campaña de la alianza oficial PRO-UCR et al… Esa pedante ruptura de la veda
nos movió con urgencia a publicar también nosotros este artículo, reflexivo,
conceptuoso y preciso del cordobés Javier Tolcachier. G.E.
ALAI
América Latina 10.8.2017
Este domingo se disputan en Argentina elecciones primarias, abiertas,
simultáneas y obligatorias. Bajo el pomposo nombre de “Ley de democratización
de la representación política, la transparencia y la equidad electoral”, la
norma que las regula fue sancionada en 2009. Si bien en la teoría uno de los
propósitos de esta pre-elección es la de ser una suerte de pre-selección
democrática de candidatos dentro de las distintas agrupaciones, en la práctica
esta premisa no se ha cumplido y la mayoría de las listas son únicas, sin
competencia interna.
Otro motivo esgrimido en su momento para justificar la ley fue la de
“ordenar” el espectro político y fortalecer el sistema partidario, previendo
números de afiliaciones más altos para obtener o conservar personería jurídica,
recolección de firmas para avalar candidaturas y por último, lograr un piso
mínimo de votos (1,5 % del padrón) para poder competir en la elección de fondo.
Lejos de contribuir a una profundización democrática –como era de preverse– la
nueva reglamentación conspiró contra las posibilidades de nuevas formaciones o
partidos minoritarios, reduciendo la diversidad de opciones y dando continuidad
al chantaje del electorado y a la concentración del voto.
Por último, el modelo partidario de representatividad no se fortaleció
en absoluto. Por el contrario, los partidos fueron vaciándose paulatinamente
quedando apenas como esqueletos anticuados o sellos de goma, incapaces de
contener o atraer el impulso transformador de las militancias jóvenes. Esta
decadencia de antiguas formas partidarias llegó al punto del vergonzante
ocultamiento de sus gloriosas siglas a fin de no espantar votantes
potenciales.
En rigor de verdad, ese proceso no tiene su origen en esa ni en ninguna
otra ley, sino que obedece a la sublevación social contra modalidades y poderes
burocráticos incapaces de ceder al empuje de nuevos tiempos que exigen una
democratización estructural.
De este modo, desde un punto de vista institucional, las PASO han
quedado vaciadas de su contenido original y se convierten en una pulseada
preelectoral, una encuesta sobre el humor ciudadano, una suerte de antesala de
la elección real a llevarse a cabo en Octubre de este año. ¿Apenas eso? De
ningún modo.
Dadas las circunstancias políticas en Argentina, en vista del retroceso
social inesperado para algunos, absolutamente previsible para otros, la cita
adquiere un alto voltaje simbólico. ¿Qué se juega en ellas? Y en términos más
amplios, a escala regional o mundial, ¿cuáles son las implicancias de su
resultado?
La facción gobernante encabezada por el empresario Macri, asumió el
gobierno en 2015 con una clara inferioridad legislativa, debilidad a la que se
sobrepuso de manera relativa, mediante acuerdos y presiones espurias que
concluyeron en la traición de un grupo de diputados y senadores al mandato
político opositor conferido por un número muy significativo de la población en
la elección precedente.
Sin embargo, no contar con mayorías propias o permanentes en las Cámaras
atemperó – aunque parezca inverosímil dadas las características antipopulares
de las medidas tomadas en los últimos dieciocho meses – la vocación de
capitalismo salvaje que anima al gobierno actual. De este modo, el objetivo del
gobierno es perfectamente escrutable: lograr en la elección de Octubre acuñar
una mayoría legislativa –propia o alquilada– con legitimidad suficiente para
profundizar el (des)ajuste social. Si consigue eso, los argentinos se verán con
un panorama similar al que actualmente transita el Brasil. En pocas líneas:
aumento de la edad jubilatoria y descenso relativo de sus montos, reducción
salarial y de derechos laborales, congelamiento o eliminación de subsidios
sociales, desinversión pública en salud, educación, vivienda, cultura, ciencia,
fuerte desgravación impositiva para las grandes empresas. Todo ello con el fin
de abrir a la banca y al empresariado corporativo local e internacional la
mercantilización total de la vida colectiva y generar la maximización de
beneficios de esa porción minoritaria.
En la vereda de enfrente, los movimientos populares y sus expresiones
más progresistas, conscientes de este panorama, apuntarán todas sus fuerzas a
frenar este proceso involutivo de exclusión y desintegración social. Al tiempo
de recomponer líneas y alianzas luego de la derrota electoral última –que en
estas latitudes se traduce en fuga de organizaciones e individuos dependientes
en su militancia del grifo gubernamental– la oposición real, encarnada en el
kirchnerismo y algunas pocas opciones menores, aspira a impedir en primer
término “mayorías automáticas” en el parlamento que habiliten, una vez más, el
desguace estatal y la hecatombe social.
De este modo, la clave política de esta elección primaria no está puesta
en las candidaturas a escoger, ya que los nombres y los perfiles están ya
definidos por ambas estrategias. El resultado, aunque muy posiblemente
favorable a la intención opositora de mostrar una fuerte crítica popular a la
política en curso, no bastará para hacer fracasar por completo el modelo.
El gobierno, apoyado, aconsejado, protegido y hasta digitado por el hegemón mediático principal, tratará
incluso de vender la derrota relativa como un avance, escondiendo a la opinión
pública la faceta que menos le convenga y dando mayor relevancia a lo que pueda
resultarle favorable a sus designios. Por otro lado, proseguirá impertérrito en
su intención de forzar a la sociedad a seguir por el mismo camino, triunfe o no
en la elección, con legitimidad o sin ella.
Pero ésta no es tan sólo una lucha local. El propósito de apropiación
final del todo social no es un invento del gobierno sino de las corporaciones
globales, que lo incluyen pero exceden largamente. Para éstas, el Estado no
sólo es un enemigo porque redistribuye parte de los dividendos sociales a los
sectores más postergados, como sucedió en la década progresista en Bolivia,
Venezuela, Ecuador, Argentina, o Brasil. O bastante antes en Cuba o Nicaragua.
En esos lugares y tiempos, millones de personas salieron de la pobreza extrema,
del hambre, lograron ampliar derechos, cultivaron su dignidad y construyeron
colectivamente cierto grado de autonomía y soberanía en medio de un mundo en
decadencia. Malos ejemplos a erradicar so pena cunda la pandemia inclusivista, según los cánones del
poder.
Para desgracia de la elite, éste no era el único problema para el
desarrollo de “buenos negocios”. El Estado, por entonces, no solamente dejó de
ser una herramienta en manos de los poderosos, sino que pasó a ser su principal
competidor. Un fuerte competidor que comenzó a gestionar los principales
recursos aumentando la disponibilidad de ingresos para invertirlos en el
bienestar de las mayorías. Un competidor que amplió el acceso a los servicios y
productos para todos a bajo o nulo costo. ¡Imperdonable! ¡Competencia desleal!
¿Pero desleal a quién?
Así es que, en el plano económico, las grandes corporaciones
multinacionales decidieron apoderarse del Estado, para que vuelva a servirles
como siempre. Para que sea apenas un departamento corporativo más, un anexo.
Por la razón o la fuerza, con elecciones o golpes, duros o blandos, como sea.
Colocando a sus propios gerentes al frente o a lacayos entrenados en las arduas
lides de la banca mundial, toda gente de su confianza, con sus códigos y su
cruel frialdad ejecutiva. Insensibles que sólo piensan en que la curva de
beneficio de su “company” y las bonificaciones personales que obtienen por ello
vayan para arriba, sin importar la tragedia humana y medioambiental generada en
su estela. Para los custodios del capital, todo derecho es dádiva injusta y
toda tendencia equitativa, populismo o peores e impronunciables “ismos”.
Pero como se supone que los buenos “ismos” ya son historia antigua, que
la aspiración de igualdad de oportunidades pertenece a la era pre-muro de
Berlín y no a la post-muro de Trump (o de Ceuta, Hungría, Gaza y tantos otros),
entonces la vulgaridad se personaliza como “castrismo”, “chavismo” o tantas
otras.
Y esta personalización cumple también con una parte esencial del plan,
ya que la única defensa posible de los pueblos frente a estos “monstruos
grandes que pisan fuerte” es su capacidad de organización, de movilización y la
enorme fe que depositan en sus liderazgos. Y esa línea estratégica es la que en
definitiva los grupos de poder económicos quieren quebrar. La única trama
posible que augura la “sustentabilidad” de su esquema. De ese modo, proscribir,
encarcelar, difamar a los líderes sociales se corresponde con diluir la fuerza
de la resistencia organizada de los pueblos. Matar la rebeldía es descabezarla
y desanimarla.
Los pueblos conquistados deben ser inermes, no tener capacidad alguna de
respuesta, regresar a la impotencia absoluta, ser esclavos conscientes de su
incapacidad de respuesta.
Para ello el arma imprescindible son los medios masivos de difusión, de
convencimiento, de manipulación en conjunto con las deformadas “redes
sociales”. No hay mejor esclavo que el que cree elegir su esclavitud, el que se
conforma con ella, el que no ve ninguna otra alternativa a su prisión in- y
subhumana.
Sin embargo, en esta película de terror cuyo papel protagónico es de los
tiranos de traje, hay un último y gran escollo: la raíz cultural de los pueblos
latinoamericanos. Pese a todo el esfuerzo publicitario por promover el
individualismo y la competencia, las culturas lugareñas conservan fuertes
rasgos gregarios, de pertenencia colectiva. La esencial cuota identitaria que
hace que el latinoamericano medio adhiera al fenómeno comunitario dificulta la
permeabilidad de los conjuntos al engañoso ideal de felicidad que promueve el
mundo capitalista. Las cúspides solitarias pueden atraer fugazmente, pero no
llegan a la profundidad arraigada en esta región cultural, más proclive en su
base social a la solidaridad y la cooperación, aunque no siempre lo parezca.
Por tanto, para imponer la crueldad como máxima virtud y eje de un
modelo social depredador y esclavizador, se somete a los pueblos a una
colonización cultural, a la imposición de modelos de vida no elegidos, ni
coincidentes con la acumulación de memoria histórica. Dividir, diferenciar, y a
la vez odiar al diferente. Esquizofrenia social y personal. ¿Cómo asombrarse
luego de que crezcan los actos de violencia y la locura?
Ése es el sentido simbólico de esta elección primaria, donde nada pero
todo se elige. Es una elección entre la posibilidad de liberación colectiva en
lo social, cultural, económico y de estilo de vida frente al sometimiento a las
falsas promesas de la libertad egocéntrica.
Es un plebiscito existencial. En contra del gobierno de las
corporaciones y la dictadura del capital.
* Javier Tolcachier (57), el
autor de la presente nota, es argentino, cordobés, y activo miembro del
Movimiento Humanista, tiene participación en el Centro Mundial de Estudios
Humanistas y es columnista de la agencia de noticias Pressenza (http://www.pressenza.com/es/author/javier-tolcachier). Reside con su
esposa y dos hijos en su provincia natal.
http://www.alainet.org/es/articulo/187367
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