Cumpliré setenta y tres años dentro de apenas unos días. No
sé si moriré antes o apenas luego, en cinco meses o quizá luego de un decenio
más. Mientras viva sufriré tristezas, gozaré alegrías y mantendré una firme
voluntad política. En el “salva pantallas” del procesador digital tengo a Fidel,
serio, la mirada atenta, con un largo dedo índice suyo apenas tocándole el
labio inferior, de uniforme verde oliva y sin insignias militares participando
del el sexto congreso del Partido Comunista de Cuba, en 2011. Es un gran
ejemplo Fidel, un ejemplo fraternal, y mayor. Ejemplo de dignidad, de
honestidad e inteligencia, y de voluntad.
Fidel, en la foto, tiene gesto riguroso, pero no áspero o
duro. Quizá con apenas algunos matices de tristeza pero no falto de una
expresión de gran respeto por las mujeres y varones de su pueblo, y de
confianza en ellos. Sí, también gesto de profunda preocupación. En sus
reflexiones se expresan tanto esas preocupaciones como confianzas.
Otra es la foto que ilustra esta nota de apertura del año
2015, luego de una prolongada ausencia en el blog (que pronto explicaremos). No
es la de un Fidel reflexivo sino otra. La de la alegría de una hermosa heroína
cubana embarazada y felicísima sonriéndole a su marido y héroe liberado, uno de
“los cinco”: Adriana Pérez y Gerardo Hernández, ya en La Habana, juntos.
Elegimos la foto porque cuando la descubrimos nos emocionó
hasta casi las lágrimas. Es la vida que florece en Adriana y Gerardo, dos
cubanos, dos caribeños latinoamericanos, dos ejemplos. A nosotros nos alegraron,
Adriana y Gerardo, su foto, en nuestro voluntarioso tránsito a través de la
tristeza que no es un mero hecho personal sino social, popular, natural,
internacional y humano.
Las relaciones
simétricas entre adultos y niños modificados y enajenados por el capitalismo
senil
Días pasados nos avisaron de un texto sobre el generalizado
aniñamiento de padres simétrico a una aparente “adultización” de sus niños, que
se expresa en actitudes filiales de paridad y viceversa, como las de la mamá o del
papá cuarentones “lindos”, “amigos” y compinches de sus hijos adolescentes. Hay
textos, libros y ponencias sobre la problemática. Una
especialista en el tema es la argentina Noemí Allidière,
quien viene investigando el fenómeno desde hace bastante más de una década.
Estoy leyendo su trabajo “El vínculo
adulto-niño: una asimetría en crisis, o ‘zapping a la infancia’”1.
Allidière afirma en
la fundamentación teórica:
La
tesis principal que se plantea en este trabajo es que la globalización de la
economía y los mercados, conjuntamente con la ilusión de hegemonía cultural y
social que los medios masivos de comunicación tienden a generar, se reproduce,
a nivel psicológico, en una percepción homogeneizada de las etapas evolutivas
de la vida humana. Percepción en la que tienden a borrarse las diferencias
entre las categorías psíquicas y sociológicas de niñez y adultez.
Más adelante, luego
de hacer referencia a autores que hablan de orfandades generalizadas en los
adultos con “la muerte” del Estado de bienestar y el anonimato corporativo del
poder real, más lo que llaman “la crisis ‘terminal’ en que ha caído el
trabajo”, la psicóloga afirma:
Desde la perspectiva de la salud mental la percepción
distorsionada de los niños por parte de los padres y adultos en general no es
inocua, ya que condiciona modelos de relación con los mismos que, al favorecer
la confusión de roles, resulta generadora de psicopatología infantil, siendo la
pseudo-madurez (el chico que “parece” grande) y la inmadurez crónica (el grande
que permanece emocionalmente chico) sus expresiones sintomáticas más benignas,
mientras que las estructuraciones fragmentadas del yo, la psicosis y la psicopatía (los niños actuadores, trasgresores
o violentos) sus formas más graves.
No pisar ni comer
mierda
Una de mis concretas luchas, tanto cultural como
materialmente activas –en un mismo plano que el empeño en cuanto corrector de
estilo editorial de que los textos científicos sean inteligibles y
movilizadores de conocimiento claro y expresivamente atractivo–, es contra el
manejo antisocial de los residuos domiciliarios. Manejo antisocial que tanto
involucra a vecinos pobres, trabajadores no calificados, comerciantes
acomodados o profesionales universitarios.
Anoche, tarde, en la víspera de un nuevo año, empleando mucha
agua y escoba procedía a limpiar la calzada de calle frente a nuestro domicilio
donde el mal olor de la materia orgánica en descomposición2
compartía los destellos multicolores de adornos navideños surgiendo de algunas
casas, cuando un treintañero vecino maestro de primaria menoscabó mi empeño,
sin duda que sin querer herirme, argumentando que en todas partes “pisábamos
mierda”.
De lo que se trata es
de transformar
El trabajo aludido de Noemí Allidière es interesante, ella
habla de las mujeres y varones en la llamada posmodernidad (ahora), huérfanos
como los huérfanos de “Estado y de Rey” de inicios del modernismo. Los de ahora,
frente a “la crisis ‘terminal’
en que ha caído el trabajo”. A nosotros
se nos ocurre que todavía en pleno modernismo, sin “pos”, lo que ha pasado es
que franjas sociales grandes y extensas han sido adrede infectadas de
estupidez, de obsecuencia y de individualismo extremos. No hay orfandades sino
filiales relaciones “aparentemente simétricas” con el capitalismo senil… Una
suerte, puede decirse en vocabulario cotidiano, de naturalizada “hijaputez”…
Notas:
2 Aclaro: en nuestro distrito y barrio de la Provincia
de Buenos Aires hay recolección diaria de residuos, pero al parecer no pocos vecinos
evitan por accesos de asco cerrar y anudar bien las bolsas de residuos, y los
recolectores, a veces, se convierten en eventuales repartidores cuando se les
caen paquetes o compactan la basura en el camión contenedor derramando un jugo
espeso y maloliente…
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