(La presente
nota de Emilio Cafassi,
sociólogo rioplatense, profesor titular e
investigador en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos
Aires, ex decano y escritor, fue originalmente publicada el recientemente
pasado 18 de marzo de 2012 por ALAI - América Latina en Movimiento
<http://alainet.org/active/53454>,
y nos pareció conveniente colaborar en su difusión, aun tan modestamente.)
La
llamada etapa de “sintonía fina” con que la Presidenta argentina viene
encarando los primeros pasos de su segundo período, contiene un conjunto de
medidas económicas que, una vez conocidas, en ningún caso podrían adjetivarse
como finura, suavidad o delicadeza. Antes bien, parece un abrupto corrimiento
en el dial que hasta el momento sólo ha encontrado ruido de estática, sin
capacidad alguna de recepción efectiva. En una perspectiva de conjunto, todos
los pasos dados hasta aquí indican una clara dirección que consiste en recortar
el gasto público mediante verdaderos hachazos, con el propósito de alcanzar un
superávit que permita afrontar los vencimientos de la deuda externa del año en
curso. Es una suerte de versión argentina de la “motosierra” de Lacalle con
consecuencias sociales internas y también en el frente externo, lesionando de
este modo pequeñas conquistas de integración regional como el Mercosur.
En
un editorial de fin del año pasado (“El banquete subsidiario argentino”, diario
La República, domingo 18 de diciembre
de 2011) aludí al eslogan de la sintonía centrándome principalmente en la
críptica dinámica política del kirchnerismo, con su consecuente ausencia de
perspectivas, programas y debates. Por entonces, la significación precisa de la
“sintonía fina” resultaba incognoscible aunque la cuestión subsidiaria
comenzara a insinuarse y las inestabilidades del mercado cambiario anunciaran
una incipiente fuga de capitales. También aproveché para realizar una propuesta
puntual (apropiable por cualquier gobierno progresista) respecto a la
redistribución y financiación del costo de los servicios, con especial énfasis
en aquellos domiciliarios por ser de más fácil e inmediata discriminación que
en el caso de los transportes, aunque una política activa al respecto resultara
indispensable. La tragedia ferroviaria de la estación de “Once”, visibilizó aún
más la ineficiencia del gasto público y el descontrol de la utilización de los
subsidios a las empresas privatizadas.
¿Ha
llegado entonces a la orilla occidental del Río de la Plata la crisis
internacional? ¿Se trata de un cambio decisivo en las principales variables
económicas que obligan a un ajuste interno al estilo de los más acuciados
países europeos y a la reducción drástica de las exportaciones? ¿Es la
consecuencia de una falla de cálculo y planificación de la economía? Mi
respuesta a todos estos interrogantes es negativa y reafirma de forma ampliada
la hipótesis planteada en aquel editorial: es el producto de una estafa
electoralista basada en el carácter fiduciario y marketinero de la arquitectura
política burguesa en general y de su descaro en la versión argentina en
particular. Ninguna de las medidas estaba prevista en programa alguno y, en
consecuencia, eran totalmente desconocidas por la ciudadanía electora. Ninguna de
las acciones posibles sobre aspectos de la vida económica y social que hoy
están fuertemente afectadas fue puesta en debate. Algo que en esencia resulta
sintetizable (aún con las inmensas diferencias de cada caso) en un mero
contrato de confianza como el de aquella consigna electoral de Menem de finales
de la década de 1980: “Síganme, no los voy a defraudar”. ¿Cambió entonces la
política neokeynesiana del kirchnerismo por un retorno a la ortodoxia? Tampoco.
Sólo que en los dos últimos años, la economía argentina sufrió desequilibrios
significativos que requerían correcciones que por razones de proximidad y afán
electoralero se pospusieron para aplicarlos ahora de manera abrupta,
improvisada e intempestiva.
Los
datos macroeconómicos del 2011 no modifican raigalmente la tendencia de los
últimos años y las perspectivas para 2012 no hacen prever tampoco
modificaciones graves. El saldo acumulado de la balanza comercial del año
pasado se acercó a los 11 mil millones de dólares, cifra nada despreciable.
Pero descontado el pago de intereses de deuda externa y la remisión de
utilidades por parte de las empresas multinacionales, además de otros flujos de
ingreso y egreso de dólares, la cuenta corriente cerró el año con un superávit
de tan sólo 1.500 millones de dólares. Peor aún fue la resultante del saldo de
entrada y salida de divisas ya que se aceleró la salida de capitales, que
alcanzó unos veinte mil millones de dólares, con consecuente presión
devaluatoria, aunque, contrariamente, el peso se revaluó ya que la intervención
del Banco Central modificó el tipo de cambio en 6,7% para una economía con
inflación superior a 20%, cosa que le hizo perder reservas internacionales por
casi ocho mil millones de dólares.
Como
el presupuesto 2012 presagia una reducción del saldo comercial positivo (8.500
millones de dólares para este período) y se prevé dar continuidad a la correcta
política de desendeudamiento con los organismos internacionales de crédito
(aunque también está previsto el pago de 6.800 millones al sector privado) la
perspectiva es deficitaria, tanto más cuanto persista la fuga de capitales en
moneda extranjera. Por tal razón, a muy grandes rasgos, el paquete de medidas
económicas se basa en:
1. La eliminación de subsidios a los
servicios domiciliarios (agua, gas y luz), aunque con permanencia de la
estructura privada de producción de los servicios y ausencia de control estatal
de su funcionamiento y eficiencia. Las tarifas triplicarán su valor de manera
directa e inmediata.
2. Descentralización y transferencia de
los servicios de transporte a las ciudades o provincias, con idéntico
descontrol de sus prestadores privados y ausencia total de planificación
estratégica en materia de transporte. También con consecuencias de incremento
de precios.
3. Restricción para la adquisición o
transferencia de divisas, que además de a las empresas multinacionales incluyen
a los ciudadanos residentes y turistas, con pautas cada vez más prohibitivas.
4. Limitación drástica de las
importaciones con el consecuente deterioro para los socios del Mercosur y
consecuencias para los usuarios y consumidores.
Un
caso demostrativo de la improvisación y la urgencia, es el del actual debate
por la transferencia del sistema de subterráneos al gobierno de la ciudad de
Buenos Aires con su ulterior negativa a aceptarlo. El gobierno nacional,
forzado por la necesidad de ajustar gastos y
reducir subsidios a su cargo, le transfiere el servicio sin que la
ciudad haya reclamado competencias, subrayando de este modo la ausencia de
políticas en materia de transporte de la región metropolitana. La respuesta del
incompetente Jefe de Gobierno porteño fue un nuevo ajuste que golpeó el
bolsillo de los usuarios, casi en su totalidad trabajadores, aumentando la tarifa. Cualquier
alternativa de gradualidad, complementariedad e integración entre las
diferentes modalidades de transporte, está ausente del debate y de las
perspectivas inmediatas.
La
política de sustitución de importaciones sigue el mismo curso afectando a
actores internos y externos. La desesperada improvisación con la que se ejerce
el control de las importaciones, mediante la exigencia del trámite de licencias
previas de importación y de la presentación de declaraciones juradas tiene un
efecto paralizante en varios sectores de la industria nacional y sobre todo en
el mantenimiento de bienes y artefactos cuyos repuestos tienen origen externo.
Infinidad de automóviles, electrodomésticos e inclusive bienes de capital se
encuentran paralizados a la espera de los repuestos que permitan su reparación.
La sustitución de importaciones no es una política que requiera sólo de
restricciones sino de una planificación de mediano y largo plazo para que la
industria local pueda efectivizar el relevo de los componentes producidos
fronteras afuera. Esta política afecta en primer lugar a los propios ciudadanos
argentinos.
Pero
el mayor problema de esta “salida” es el deterioro del intercambio comercial al
interior del Mercosur y el resto de la región. Si ya, aún como mero rejunte mercantil
pergeñado originalmente por las derechas neoliberales, el Mercosur ha dado muy
escasos pasos tambaleantes, este tipo de políticas unilaterales proteccionistas
no hacen más que incrementar su inestabilidad. Resulta verdaderamente
sorprendente e indignante que habiendo gobiernos progresistas en la región no
puedan darse pasos más firmes. Esta lógica cortoplacista y desesperada, tiene
consecuencias negativas para los socios, especialmente los más pequeños como
Uruguay y Paraguay, que deben salir a buscar mercados extraregionales con éxito
dispar. Utilizar la misma vara política para los ingresos de mercaderías
provenientes del Mercosur que del resto del mundo implica desandar
drásticamente el difícil camino de integración iniciado. Si aún no se pudo
crear una moneda común propia, ni integrar definitivamente a Venezuela, ni dar
impulso al Banco del Sur, al menos resulta indispensable dejar al dólar de lado
y abrir libremente el comercio exterior en el Mercosur, haciendo uso exclusivo
de las monedas locales.
Si
precisamente lo que se pretende es blindar las economías locales respecto al
arrastre de la crisis capitalista en el centro, la unión de los rezagados con
vistas a su propia sustentabilidad y autonomía es un camino mucho más seguro y
factible que los manotazos del encierro en las propias fronteras, sin dejar de
prever sus posibles consecuencias ideológicas chauvinistas.
Esta
sintonía, de tan grosera, sólo podrá encontrar por azar alguna buena estación.
Emilio Cafassi (18 de marzo de 2010)
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