(ALAI AMLATINA, 15/03/2013)
La jerarquía del Vaticano posó sus ojos en América del Sur,
la región donde combatió a muerte (textualmente) a los teólogos de liberación.
Alineada con los poderosos, lo que no le impide hacer guiños populistas hacia
los pobres, está a punto de tomar posición ante la integración regional y los
gobiernos progresistas.
“Lo peor que podría pasarle a Sudamérica sería la elección
de un papa de aquí”, escribía el periodista Martin Granovsky horas antes de que
los cardenales ungieran a Jorge Bergoglio para ocupar el sillón de Pedro. En la
medida que los progresistas han sido barridos de las jerarquías eclesiales, si
el nuevo pontífice fuera sudamericano, especulaba el periodista, no sería “un
estímulo para los cambios que se producen en los dos grandes países de
Sudamérica desde 2003”
(Página 12, 13 de marzo de 2013).
Pocas cosas hay más terrenales que el gobierno de la iglesia
católica. Muchas páginas se han escrito sobre las estrechas relaciones del
Vaticano con el fascismo y el nazismo, con el régimen de Francisco Franco,
sobre sus millonarias inversiones en negocios turbios, por no decir mafiosos,
de la ligazón de algunos de sus más encumbrados jerarcas con la Logia P-2, y del
cogobierno de facto que ejercieron con la última dictadura militar argentina.
Existe una geopolítica vaticana que no ha sido enunciada,
que no cuenta con encíclicas que la avalen, pero que se puede rastrear por su
actuación en algunos momentos decisivos de la historia. En se
sentido, existen datos suficientes que confirman la intervención vaticana en la
misma dirección que lo hacían los poderosos del mundo. La elección de Bergoglio
tiene un tufillo de intervención en los asuntos mundanos de los sudamericanos,
a favor de que el patio trasero continúe en la esfera de influencia de
Washington y apostando contra la integración regional.
Antecedentes no faltan: en la década de 1950 la actitud del
Vaticano hacia el régimen de Franco coincidió, con notable exactitud, con la
apertura de Washington hacia el dictador; en la década de 1980, los intereses
de la superpotencia en una Centroamérica sacudida por guerras internas fueron
acompañados y acompasados por la diplomacia vaticana, con notable sincronía.
Pio XII, el anticomunista
Es ya un lugar común recordar la profesión de fe democrática
del Vaticano cuando agonizaba el régimen fascista de Benito Mussolini, al que
Pío XI había dado su bendición (animando a los católicos italianos a votarlo en
1929) al señalar que fue “un hombre enviado a nosotros por la Providencia”. Su
sucesor, Pío XII, el papa de la guerra fría, profundizó el anticomunismo y
defendió la excomunión de los católicos que votaran por los comunistas.
Lo más notable de ese período es el profundo viraje del Vaticano
hacia la potencia hegemónica que nació con el fin de la Segunda Guerra Mundial.
Viraje y convergencia que tienen en el año 1953 un nudo más que simbólico.
El triunfo de Franco en la guerra civil española, con el
apoyo de las fuerzas armadas de Mussolini y de Adolfo Hitler, provocó un agudo
aislamiento de España luego de la derrota del Eje en 1945. La posguerra
española fue particularmente penosa para su población ya que ese aislamiento la
dejó fuera del Plan Marshall con el que Estados Unidos lubricó, con miles de
millones de dólares, la recuperación de la devastada Europa.
Pero la península ibérica es un espacio geopolítico decisivo
para el control del Mediterráneo y del norte de África, ya que el Estrecho de
Gibraltar es la puerta de entrada a dos continentes. El desmoronamiento de las
potencias coloniales en Asia y África, que detonó la guerra de Argelia desde
1954, sumada a la tradicional independencia de Francia que bajo la influencia
de Charles de Gaulle tomó distancias de la política militar de Estados Unidos,
llevó a Washington a buscar un acercamiento con la dictadura de Franco.
En 1953 se firmaron convenios hispano-estadounideses que
diseñaron una alianza militar que se plasmó en la instalación de tres bases
militares en Rota, Morón y Torrejón de Ardoz. En 1955 España ingresó en la Naciones Unidas y
en 1959 el presidente Dwight Eisenhower visitó a Franco para afianzar las
relaciones. A cambio, España recibió ayuda económica y el apoyo para salir de
su aislamiento internacional.
El mismo año, 1953, el Vaticano puso su granito de arena
para ayudar al régimen a superar su aislamiento. Pío XII firmó un concordato
con Franco que daba base jurídica al llamado nacional-catolicismo, la ideología
del régimen peninsular que de hecho lo legitimaba ante los católicos del mundo.
Esta convergencia de acciones entre la máxima autoridad católica y el nuevo hegemón global habría de ser moneda
corriente en los años siguientes, de modo muy particular en América Latina.
Juan Pablo II, la guerra contra el sandinismo
En 1983 Juan Pablo II realizó una gira por Centroamérica,
cuando en la región arreciaban guerras de alta intensidad entre regímenes
dictatoriales aliados de Washington y fuerzas sociales y políticas de
izquierda. En Guatemala el régimen de Efraín Ríos Montt perpetró esos mismos
años un gigantesco genocidio contra la población indígena y en El Salvador los
escuadrones de la muerte de la ultraderecha asesinaban opositores, entre ellos
al arzobispo de San Salvador monseñor Óscar Arnulfo Romero. En Nicaragua
gobernaba el sandinismo desde el triunfo de la revolución en 1979, duramente
acosada por los Estados Unidos que financiaban bandas terroristas, conocidas
como la contra, para desestabilizar al gobierno.
En Guatemala el papa se reunió con el dictador genocida que
pocas horas antes de su llegada había mandado fusilar a cinco guatemaltecos y
un hondureño. En El Salvador también se reunió con los gobernantes, aunque fue
a rezar a la tumba de Romero. Sin embargo, sus palabras más duras no estuvieron
dirigidas a los asesinos sino a los sacerdotes de la teología de la liberación.
“No vale la pena dar la vida por una ideología, por un evangelio mutilado, por
una opción partidista”, dijo en clara alusión a algunos sacerdotes que se
habían enrolado en la oposición.
En todas sus vistas, estuvo también en Honduras y Costa
Rica, entre otros países, habló a favor de la paz. Menos en
Nicaragua. El país estaba conmovido por la primera acción importante de la
contra que asesinó a 17 jóvenes. Por el contrario, la imagen del papa Juan
Pablo II reprochando a Ernesto Cardenal por ser ministro del gobierno
sandinista, arrodillado frente a su santidad en señal de respeto, dio la vuelta
al mundo y se ha inscrito en el imaginario de muchos cristianos
latinoamericanos.
Ernesto Cardenal consideró que Juan Pablo II “lo que menos
quería era una revolución apoyada masivamente por los cristianos como la
nuestra, en un país cristiano, y por lo tanto una revolución muy popular. Y lo
peor de todo para él que fuera una revolución con sacerdotes”.
La misa campal fue un desastre. El papa se permitió criticar
al sandinismo abiertamente y los asistentes, se estima que había medio millón
de personas, lo terminaron abucheando. “El pueblo le faltó el respeto al Papa,
es verdad, pero es que antes el Papa le había faltado el respeto al pueblo”,
escribió luego Cardenal quien enfatizo que se negó a condenar los crímenes de
la contra.
En Centroamérica volvieron a coincidir las estrategias del
Pentágono y del Vaticano, punto por punto, lugar por lugar. Mención especial
merece la convergencia de intereses contra el clero progresista y de izquierda.
El Documento Santa Fe I, emitido en mayo de 1980 por un
think tank ultraderechista dirigido a influenciar en la presidencia de Ronald
Reagan, tiene entre sus principales propuestas atacar a la teología de la
liberación. “La política exterior de Estados Unidos debe comenzar a enfrentar
(y no simplemente a reaccionar con posterioridad) la teología de la
liberación”.
Geopolítica regional
La elección de un papa latinoamericano puede ser
interpretada, desde un punto de vista geopolítico, como reflejo del ascenso de
las potencias emergentes y de la consolidación del papel de la región
sudamericana en el mundo. Sin embargo, el nuevo pontificado tiende a reforzar la
política de los Estados Unidos en la región, parece destinado a colocar un palo
en la rueda de la integración regional y aislar así a Brasil y a Venezuela.
Lo que está en juego en la región, lo que habrá de marcar su
futuro, no es el destino de los curas pederastas, ni la permanente disminución
de la cantidad de católicos, ni el matrimonio igualitario ni el aborto, sino la
afirmación de Sudamérica como un polo de poder en un mundo cada vez más
caótico. Eso pasa, inevitablemente, por una integración orientada por Brasil en
base a dos alianzas estratégicas decisivas con Argentina y Venezuela.
El capital transnacional hizo su apuesta hace tiempo por la
desestabilización de Argentina, objetivo compartido por la Casa Blanca.
En este caso no se trata del petróleo como sucede con
Venezuela, sino de una lectura correcta por parte del poder estadounidense de
los objetivos trazados por Brasil para la integración regional. El punto
neurálgico, como señala el diplomático Samuel Pinheiro Guimaraes en su libro Desafíos brasileiros na era dos gigantes,
es la alianza entre los dos principales países de la región, porque juntos
tienen la capacidad de arrastrar al resto y de neutralizar las injerencias
externas.
Ese punto lo ha comprendido el presidente José Mujica, quien ha hecho
esfuerzos por alinear al Uruguay en la alianza que hoy encarna el Mercosur.
También la entendió la derecha argentina que echó las campanas al vuelo y
pronostica que el papel de Bergoglio en la región será similar al de Juan Pablo
II en la caída del comunismo. “El impacto que tiene para un país que un
conciudadano sea elegido sumo pontífice no requiere demostración. Basta
recordar lo que significó la coronación de Karol Wojtyla para Polonia y, en
general, para el socialismo real. Un tsunami”, escribió en La Nación el
columnista Carlos Pagni, un ultraderechista que fue acusado por la Delegación Argentina
de Asociaciones Israelitas (DAIA) de representar “una clara expresión
antisemita asociable a la peor tradición del nazismo” a raíz de un artículo en
el que aludía a la descendencia judía de un alto funcionario gubernamental.
El nuevo papa está en condiciones de darle a la derecha
argentina la legitimidad popular e institucional que nunca tuvo, en un momento
decisivo para la región, cuando la última apuesta de Washington para recuperar
protagonismo, la Alianza del Pacífico, naufraga sin rumbo. Su pontificado no
incidirá sólo en su país natal; aspira a influir en toda la región. Uno de los
primeros viajes de Francisco I será a Brasil, en julio, pero puede convertirse
en una gira regional. Será el momento de aquilatar la estrategia vaticana en
este período de transición hegemónica.
*Raúl Zibechi es periodista uruguayo, escribe en Brecha y La
Jornada y colaborador de ALAI. Agencia Latinoamericana de Informacion. info@alainet.org
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