Para cualquiera argentina o argentino mayor de cuarenta años
de edad, medianamente informada o informado y con por lo menos similar
capacidad de pensamiento crítico, la elección del papa católico abrió la
posibilidad de una reflexión inmediata que, puede decirse, contrasta con el
desconocimiento sobre la vida de Bergoglio y el consecuente asombro de la gente
agolpada en la Plaza de San Pedro, según desde allí informó el periodista
Eduardo Febbro.
Esta reflexión pone en el centro de la cuestión que sobre el
cardenal católico ungido nosotros sabemos quien es, pero que muy poco podrían
saber otras personas en relación proporcional a su lejanía geográfica y
cultural de Buenos Aires. No porque sea esta ciudad representativa absoluta de
la identidad argentina sino porque fue el ámbito preponderante del quehacer
político religioso de Jorge Bergoglio, desde ayer para la institucionalidad
católica “Fernando I”.
Es así. Es muy probable que cuando fue ungido su predecesor
Ratzinger fuera en Alemania donde las personas mayores de cuarenta años de edad
medianamente informados y con por lo menos similar capacidad de pensamiento
crítico supieran con mayor certeza de su personalidad. Ahora nos ha tocado a
nosotros.
Ayer, miércoles, mientras trabajaba en mi oficio, el del
medio de nuestros tres hijos golpeó desde dentro de la pantalla del ordenador
preguntándome si ya me había enterado. Fue un breve diálogo escrito en la
ventanita de la mensajería instantánea sobre lo que en primerísima instancia
podía significar el nombramiento.
Una síntesis de dicho diálogo, pensada ahora, puede
expresarse así: la iglesia católica, o universal, como prefirió llamarla en
castellano en el mensaje de saludo que más tarde hizo público la presidenta Cristina
Fernández, se reposicionó en el escenario mundial para
procurar remontar su profunda crisis moral y política. Lo hizo llevando “desde
casi el fin del mundo”, como definió el propio Bergoglio, a un hijo de
inmigrantes italianos que en la otrora y nuevamente ahora “tierra de promisión”
había meritoriamente honrado la memoria europea. Es decir, permítanme explicar,
se ungía con una representación y magisterio máximos a quien desde la América
“progresista” podía tanto llevar aires frescos a Roma como irradiar “pax”, entiéndase
que “augusta” o “paz romana”, en nuestro arisco continente.
Por aquí, en el argentinísimo suburbio metropolitano
noroeste, no ya entre compases de milongas orilleras como en muy lejanas
décadas cerca de San Juan y Boedo (“antiguos”) sino de cumbias y chamamés (además
de confusos ritmos “tecno”), no hubo cohetes ni bengalas como cuando en 1978 el
país fue campeón mundial de fútbol sino débiles expresiones de duda con la
fórmula de “habrá que ver”. Es que en la base popular todavía se prefieren
estas dubitaciones, si políticas todavía en el tenor de una proposición que
estuvo de moda más o menos por la década de 1980: “Lo que hace falta es un
Franco o un Castro”; y si religiosas y en actual jerga joven sintetizada así:
“Con Dios todo bien pero con los curas no” (en este barrio de casitas bajas, sin
cloacas ni agua corriente, muchas calles
sin pavimento todavía pero un recuperado casi pleno empleo, por cada templo
católico hay no menos de cien galpones, casas y locales de comercio convertidos
en iglesias evangélicas en los que dos o tres veces por semana se entonan
cantos, relatan conversiones y hacen promesas de salud o amor).
Bergoglio, para los “bien pensantes” de la clase media será
una beneficiosa promesa como lo exponen algunas declaraciones en radios y TV. Ya como
obispo algunos años atrás acompañó a los terratenientes y oligopolios agrarios
en su lucha para evitar les quiten algo de sus cuantiosas acreencias monetarias,
y ahora no pocos amorosos cultivadores del santificado papel moneda mundial de
clásico color verde elevarán por su intermedio plegarias al dios que mejor
cotice. Las gentes que con sus genitales hacen lo que solamente a escondidas se
puede, porque de esas cosas no se habla, recordarán mientras su papado rija (no
importa si empapado, raspado, paspado1 o palpado), que mientras pudo
se opuso al matrimonio igualitario (entre personas de distinto o igual sexo) y
la despenalización del aborto, no es improbable que Bergoglio presumiera
“jactancia intelectual”2 en los promotores de esos pecados. Antes de
embanderarse en la más reciente “guerra de Dios” tuvo, según afirman honorables
testigos, parecidos encuadramientos que se materializaron en la persecución, el
asesinato y la desaparición de personas.3
Notas:
1 Participio del verbo “pasparse” (del quechua p’aspa-,
agrietar). En Argentina, Bolivia y Uruguay dicho de la piel:
agrietarse por efecto del frío y la sequedad.
2 El ex coronel “carapintada” Aldo Rico
sentenció, entre misa y misa durante su auge como militar revoltoso y
reivindicador de la dictadura cívico-militar de 1976 a 1983, que “Los soldados no dudan. La duda es la jactancia
de los intelectuales”.
3 “El rol del […] cardenal Bergoglio en la desaparición de sacerdotes y el
apoyo a la represión dictatorial es confirmado por cinco nuevos testimonios.
Hablan un sacerdote y un ex sacerdote, una teóloga, un seglar de una
fraternidad laica que denunció en el Vaticano lo que ocurría en la Argentina en
1976 y un laico que fue secuestrado junto con dos sacerdotes que no
reaparecieron.” Por Horacio Verbitsky, en http://www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-144092-2010-04-18.html
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