Zapatillas, championes
o básquets, camperas, botas,
pantalones, sacos y carteras de cuero ecológico. Parecería decirse que éste es
un cuero o piel animal tratado con elementos no nocivos para el medio ambiente
ni para los usuarios del calzado y las prendas y accesorios del vestido.
El vocabulario de índole comercial desarrollado por los
publicistas de ese ramo, y también las jergas y jeringonzas más o
menos secretas de presumidos científicos y politólogos impregnan, pegotean y
confunden, es decir, hacen viscosos y lentos los recursos y productos del
pensamiento.
En cierta oportunidad, hace casi medio siglo, un amigo
circunstancial dejó en casa un frasquito con oro en polvo, según dijo que era.
Muchos años después pensamos con nuestros hijos que ese frasco podía significar
la solución de algunos aprietos económicos.
Grande fue nuestra decepción cuando sumergimos una pequeña
cantidad del amarillísimo polvo en una también pequeña mezcla de una parte de
ácido nítrico en tres partes de ácido clorhídrico, la consabida “agua regia”, y
no hubo reacción alguna… Deducimos tras la experiencia que la sustancia del
caso era solamente plástico molido, una suerte de purpurina, a la que dada la
creída condición tenida de ella hasta ese momento preferimos, desde entonces,
llamar “oro utópico”. Oro utópico que no sirve para atesorarlo sino para ser
acicate de búsquedas y esperanzas, porque lo que importa no es que sea o no sea
oro sino que se trate de una utopía que, como dice Eduardo Galeano, igual que
todas las utopías radican en el horizonte sirviendo para caminar,
persiguiéndolas…
No hay cuero ni oro ecológicos.
Como tampoco hay capitalismo de esa índole, ni serio, ni
bueno, ni humanista.
Plástico, nada más que plástico tóxico.
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