En el diario Página/12 de Buenos Aires, hoy, se publica esta columna de opinión de Atilio Boron. Los lectores interesados la habrán quizá ya leído en su edición original, o pueden hacerlo en http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/elpais/subnotas/200024-59919-2012-08-01.html
De todas maneras la copiamos aquí porque es un excelente análisis de la importancia del ingreso del país caribeño ya integrante de la Alianza Bolivariana para los Pueblos de Nuestra América (ALBA). G. E.
Venezuela en el Mercosur
Atilio Boron
Ayer se ratificó en Brasilia el ingreso de Venezuela
al Mercosur. De este modo el bloque comercial sudamericano se refuerza
tanto cuantitativa como cualitativamente. Lo primero, porque agrega a un
nuevo socio con un Producto Bruto estimado –por el World Economic
Outlook del FMI en paridad de poder adquisitivo– en 397.000 millones de
dólares. Es decir, se agrega una economía de un tamaño ligeramente
superior a la de Suecia. El Mercosur agrandado cuenta ahora con un
Producto Interno Bruto de 3635 millones de dólares, lo que lo convierte
en la quinta economía del mundo, sólo superado por Estados Unidos,
China, India y Japón, y claramente por encima de la locomotora europea,
Alemania. Cualitativamente hablando, la incorporación de Venezuela
significa integrar a un país que, según el último anuario de la OPEP,
dispone de las mayores reservas certificadas de petróleo del mundo,
habiendo desplazado de ese sitial a quien lo ocupara por varias décadas:
Arabia Saudita. Además, desde el punto de vista de la complementación
económica de sus partes, el Mercosur luce como una espacio económico
mucho más armónico y equilibrado que la Unión Europea, cuya fragilidad
energética constituye su insanable talón de Aquiles. Comienza, por lo
tanto, una nueva y decisiva etapa, donde a un conjunto de países
sudamericanos grandes productores de alimentos y, en los casos de
Argentina y Brasil, poseedores de una importante base industrial y
significativas riquezas mineras, se le agrega la mayor potencia
petrolera del planeta. En un contexto de crisis mundial como el actual, y
ante las políticas proteccionistas que cada vez con más fuerza adoptan
los gobiernos del centro capitalista, la integración de los países del
Mercosur es la única salvaguarda que les permitirá resistir los embates
de la crisis mundial del capitalismo o al menos amortiguar su impacto.
No hace falta demasiado esfuerzo para comprobar las proyecciones que
puede llegar a tener este Mercosur “recargado”. Si los gobiernos de la
región diseñan mecanismos flexibles y eficaces para sacar partido de
esta enorme potencialidad económica y si, al mismo tiempo, se resuelven
las asignaturas pendientes de los acuerdos que originaran al Mercosur
–la Declaración de Foz de Iguazú firmada por Raúl Alfonsín y José Sarney
en 1985 y, años después, el Tratado de Asunción, fechado en 1991– y que
reflejaran la hegemonía ideológica del neoliberalismo en aquellos años,
el futuro económico de nuestros países sería mucho más promisorio. Un
componente fundamental de esta nueva etapa debe ser, sin duda, el
fortalecimiento de los “otros mercosures”: el social, el laboral, el
educativo, para no mencionar sino aquellos que han suscitado,
precisamente por su ausencia, los mayores y más sostenidos reclamos.
Esto les otorgará a los movimientos sociales y las fuerzas políticas
populares una oportunidad inmejorable para hacer oír sus demandas y
presionar efectivamente a los gobiernos para que adopten sin más
dilaciones las políticas necesarias para que el Mercosur deje de ser un
acuerdo pensado para ampliar los mercados y reducir los costos
operativos de las grandes empresas y se convierta en un proyecto de
integración al servicio de los pueblos.
Pero la significación fundamental del ingreso de Venezuela radica en
otra parte. El aislamiento de ese país y su conversión en un estado
paria era el objetivo estratégico número uno de Estados Unidos luego de
la derrota del ALCA en Mar del Plata. El Senado paraguayo se había
prestado a ese juego, a cambio de una jugosa recompensa para sus
tribunos, pero el golpe de Estado perpetrado entre gallos y medianoche
contra Fernando Lugo desbarató, para estupefacción de Washington, los
planes del imperio. La Casa Blanca no tomó nota de que las épocas en que
sus deseos eran órdenes habían sido definitivamente superadas y jamás
pensó que los gobernantes de Argentina, Brasil y Uruguay iban a tener la
osadía de aprovechar la suspensión de Paraguay ocasionada por la
violación de la cláusula democrática del Mercosur para poner fin a una
absurda espera de seis años. Desde el punto de vista geopolítico, la
inclusión de Venezuela en el Mercosur es, y conviene reparar en esto, la
mayor derrota sufrida por la diplomacia estadounidense desde el
descalabro del ALCA. Tal como lo recordara hace pocos días Samuel
Pinheiro Guimaraes, quien hasta hace un mes se desempeñara como alto
representante del Mercosur, de aquí en más será mucho más difícil y
costoso orquestar un golpe de Estado contra un Chávez protegido
institucionalmente por la normativa mercosurina. Mucho más complicado
para un país como Estados Unidos, insaciable consumidor de petróleo,
tratar de apropiarse de la riqueza hidrocarburífera venezolana. Mucho
más atractivo para los demás países sudamericanos integrarse cuanto
antes a un rico espacio económico que se extiende sin discontinuidades
desde Tierra del Fuego hasta el Mar Caribe. Y, por último, mucho más
difícil rearmar el esquema de “libre comercio” desechado con la derrota
del ALCA. En suma, hay fundados motivos para el regocijo: ayer los
sueños integracionistas de Bolívar, Artigas y San Martín han dado un
gran paso hacia adelante.
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