El teléfono suena a llamada:
— Hola…
— ¿Beto?
— No… ¿Con qué número…?
— ¡CLAC!
El tipo maneja su vehículo y aparece a nuestra izquierda por
la calle que cruza. No se percibe que vaya a disminuir la velocidad para, como
corresponde, darnos paso según las normas de prioridades en encrucijadas. De
repente gira hacia su derecha e ingresa a la misma vía en la que esperábamos su
audaz paso transversal… Pensamos que, obviamente, la o el fulana o fulano (no
puede distinguirse dados los vidrios oscurecidos) no anunció previamente la
maniobra porque no le resultaba necesaria: si sabía que iba a doblar.
Las conductas en la vida social reflejan cabalmente los
grados de adscripción a ésta de cada una y cada uno. “¡Ah! Disculpa, quizá me
equivoqué al marcar. Disculpa, ¡gracias!”, es, sin duda, más afable y
respetuoso que el CLAC intempestivo.
Ya llegados a la vuelta de casa, en la localidad de Pablo
Nogués, Provincia de Buenos Aires, regresamos de un paseo nocturno con Lola.
Llevo en la mano la correa más como símbolo urbano de vínculo entre los dos que
como elemento de sujeción porque, salvo contadísimas oportunidades que no
revisten peligro para nadie, nuestro diálogo con Lola es certero y apacible.
Frente a una casa y sobre la vereda angosta conversan dos
varones treintañeros. Mirándose entre sí lo hacen en voz alta, y es así como me
entero del objeto de charla: el vehículo nuevo, mediano, de marca popular, que se
halla estacionado contra el cordón de la acera.
— Lola, acá, cuidado… —y Lola se detiene para avanzar detrás
de mí—. Disculpen, gracias —digo a los muchachos mientras avanzo entre ellos—.
Ni mu. Nada. Hemos pasado entre ellos como una leve brisa
apenas, invisibles, inodoros, intangibles. Ni un “por nada” o “chau”.
De estos pequeños y tan trascendentes dramas de la vida
contemporánea ya he dado constancia en otras oportunidades. Por la parte
morfológica y funcional donde más molestan puede decirse que son dramas púbicos…
pendejadas. Pero pendejadas de gente que, en muchos casos, inclusive llegar a
tener cierto mando sobre grupos humanos o el conjunto la sociedad.
Entre la semana pasada y la que ahora cursa en toda la
cuadra de nuestra calle nos quedamos sin señal de vídeo por cable durante cinco
días corridos. Los vecinos no sabíamos si eran registrados o no nuestros
reiterados reclamos telefónicos al conmutador computadorizado de la
distribuidora local de una de las empresas oligopólicas del ramo: Multicanal
(diario Clarín). Hartos, decidimos
presentar denuncia ante la Administración Federal de Servicios de
Comunicación Audiovisual (Afsca) http://www.afsca.gob.ar/.
Ya hemos dicho en “Confusiones persistentes” los errores de
concordancia gramatical que muestran tanto la redacción de este sitio en Internet
como los que se exponen en algunos artículos periodísticos: por caso “el Afsca”.
Pero, cuando exigidos por el formulario y las opciones para
asentar el reclamo ante el organismo estatal debíamos elegir radicación
geográfica y jurisdiccional, nos encontramos con que la nomenclatura
obligatoria había caducado en 1995, hace casi trece años…
“Estimado Gervasio, el sistema indica que es así”, me
respondió cordial y tajantemente por correo electrónico un “oficial” de
contacto de una importante empresa aseguradora privada argentina que en su
momento adquirió cuando la intermediación de los entonces célebres José Roberto
Dromi y María Julia Alsogaray el otrora fondo público del famoso logo del niño
y la alcancía. La
afirmación se refería a mi reclamo de que no correspondía catalogar como “Libreta
de Enrolamiento” al Documento Nacional de Identidad argentino cuando su
numeración fuera menor de diez millones, como lo exige un formulario de la
empresa a la que él pertenece quizá todavía hoy. No solamente es un despropósito
webmático este asunto sino que
transita la frontera entre un tipo de locura y su correlativo tipo de
subversión (no confundir esta subversión con revolución).
Show politics (es
lo que hay)
En los últimos días las empresas telefónicas y de servicios
de Internet en las ciudades de la cuenca rioplatense han aumentado su
facturación de bites con la polémica
Ricardo Darín (La Nación) frente a la presidenta Cristina
Fernández (Twiter). Coincido con el también actor Alfredo
Luppi cuando dice que “más que ingenuo Darín es un pelotudo”. La calificación
refiere a un tipo que ante la requisitoria de una revista del grupo del diario La Nación desliza dichos que conforman a
la derecha más recalcitrante y sus clientes plebeyos de barrios y andurriales.
“Los Kirchner” son propietarios de inmuebles e inversiones
por varios cientos de millones de pesos simplemente porque son capitalistas
exitosos. Y no son los únicos capitalistas exitosos. Quizá Darín, puesto en un
lugar como el de su colega Gérard Depardieu, también revolearía el viejo
pasaporte para refugiarse en la Moscú de hoy.
A ver si alguien se acuerda. En 2001, cuando el “corralito
bancario”, señoras y señores que ahora sin duda suscribirían la pregunta que
deslizó el actor de Un cuento chino,
enfervorizadamente golpeaban con martillitos y cucharones las persianas de las
empresas financieras instaladas en la conocida como city porteña. Una cámara de informativo de TV registraba la
protesta cuando frente al objetivo pasó un viandante muy tranquilo y sonriente.
El periodista le preguntó por qué no demostraba enojo o aflicción, y aquél
respondió: “Ah… porque soy pobre… yo no tengo ahorros”.
La República
Muchachos santiagueños propietarios de diario montevideano
así llamado: no sean amarretes y contraten un equipo de correctores orto-tipográficos
y de estilo. La lectura de vuestras notas suele ser penosa aunque no tanto como
la los textos de lectores y opinólogos on
line. Las barrabasadas idiomáticas también coadyuvan a todo lo que
comentamos antes.
Deseo
Que continúe y triunfe la revolución bolivariana venezolana.
Salud por siempre, compañero Chávez.
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