La muerte tiene ojos de escarcha, por Tito Tricot
La muerte tiene ojos de escarcha o de frío montuno. Nadie
quiere mirarla, pero todos lo hacen tarde o temprano. Nadie la busca y todos la
encuentran en una esquina de cerro. Nadie la desea y vive sola, más siempre
está acompañada del dolor. De muchos o de pocos, de día o de noche, da lo mismo. Nadie quiere a la muerte, por eso la
muerte de dos agricultores sureños, el matrimonio Luchsinger-Mackay, es
lamentable. Nadie merece morir así. Sin embargo, hay que decir las cosas por su
nombre: el mapuche ha estado muriendo de a poco por casi dos siglos, cuando el
Estado chileno invadió su territorio.
El mapuche no sólo ha sentido a la muerte de cerca, sino que la ha vivido a
balazos, torturas y violentos allanamientos en una sistemática política de
exterminio. Es lo que aconsejaba sin vergüenza alguna el teniente coronel Tomás
Walton cuando en 1870 propugnaba “una guerra activa y de exterminio, aunque en
desacuerdo con los principios humanitarios de los pueblos cultos, es la que más
se acuerda con la práctica y la experiencia de la generalidad de los militares
y demás personas que conocen al araucano y sus tendencias, y el resultado, aunque
más rápido y al parecer más cruel, ocasiona indudablemente menor número de
víctimas y menos gastos…”
Una postura pragmática dirán algunos, una aberración y violación de los derechos
del pueblo mapuche, dirán otros. Un periódico de la época denunciaba que “la
guerra que hoy se hace a los salvajes [es] guerra de inhumanidad, guerra
imprudente, guerra inmoral”. Actitud loable sin duda, pero igualmente racista
al denominar a los mapuche como salvajes. En la actualidad se les llama
terroristas y delincuentes, como ha enfatizado el presidente Sebastián Piñera quien, además, anunció la implementación
de una zona especial de control y seguridad con la presencia permanente de 400
policías. ¡Pero si hace años existe esta zona, hace al menos quince años están
haciendo lo mismo! Y ahí encontraron la muerte de súbito y sin advertencia
alguna tres comuneros mapuches.
Por la espalda los asesinaron, con un balazo en la frente los mataron. Matías
Catrileo, Alex Lemun, Jaime Mendoza Collío sabían que la muerte tiene ojos de
escarcha y no quisieron encontrarla, pero ésta se vistió de policía, se ocultó
entre los cerros y disparó sin vacilación. Porque la muerte provoca otra
muerte: la de la impunidad e injusticia. De lo contrario ¿Cómo se entiende que
el asesino de Catrileo, el cabo Walter Ramírez, continué en la institución
avalado por la
Contraloría General de la República? O que los tribunales
hayan dictaminado que “su conducta merece ser reconocida en los términos que
dispone la norma en cuestión”.
Catrileo fue asesinado en las cercanías del Fundo de Luchsinger. Se conoce al
ejecutor de Catrileo, como también que se legitimó su accionar. No se conoce a
los autores de la muerte del matrimonio, no obstante, inmediatamente se culpa
al pueblo mapuche. Se conoce el nombre del asesino de Alex Lemun, pero el mayor
Marco Treurer fue absuelto por la corte marcial y sigue trabajando en la
policía; más aún, ha sido ascendido a teniente coronel. La muerte le ha servido
para consolidar su carrera luego de haberla incrustado alevosamente en la
cabeza de un joven de 17 años.
Nuevamente la muerte se apareció de repente, a la espalda de Mendoza Collío se
apareció, de uniforme se apareció. Empero, el cabo Patricio Jara fue
sentenciado a cumplir su pena en libertad vigilada, lo cual es un eufemismo
para ocultar el hecho de que está simplemente en libertad. Otra vez la muerte
se escabulle por entre los dedos de la justicia y, si bien es cierto nadie
quiere oliscar su aliento, la justicia sí debe confrontarla, escudriñarla,
abrumarla y acorralarla para que nunca más se entronice en nuestro país. Como
sucedió en dictadura.
Y lo que estamos observando hoy es demasiado parecido a aquello: deshumanización
del supuesto enemigo, represión, montajes, falsos enfrentamientos, aplicación
de la Ley anti-terrorista, cárcel, torturas. Tal vez sea mera coincidencia que
el ministro del interior Andrés Chadwick fue partidario activo de la dictadura
del general Pinochet. Quizás su reciente arrepentimiento de haber apoyado a la
dictadura no era tal, después de todo está aplicando el mismo discurso y las
mismas tácticas represivas de los militares.
Nadie quiere encontrar a la muerte, por ello la muerte del matrimonio Luchsinger-Mackay
es lamentable, pero es lamentable también que al pueblo mapuche le maten de a
poco cada día y que ahora le manden todo el poder de la muerte para que no
olviden jamás sus ojos de escarcha.
El autor, Tito Tricot, es chileno, sociólogo y periodista, y director del
Centro de Estudios de América Latina y el Caribe-CEALC
Fuente: ALAI AMLATINA, 8.1.2013: http://www.alainet.org/active/6074
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