El portentoso trabajo de Karl Marx
Luis
Bonilla-Molina
ALAI |
América Latina, 4 de febrero de 2019
Cuando vemos con
más de ciento cincuenta años de distancia la obra de Carlos Marx (1818-1883),
reconocemos el trabajo de un portento de las ciencias sociales que realizó uno
de los más importantes esfuerzos por conocer y comunicar la dominación, la
explotación del hombre por el hombre, la constitución del capitalismo y la
conformación de las clases sociales en el nuevo periodo histórico en el que le
correspondió vivir. Marx fue un gigante de su tiempo cuya producción
intelectual continúa contribuyendo al estudio de la lucha de clases.
Marx insistió
siempre en la necesidad de vincular todo pensamiento al momento histórico y las
relaciones de producción existentes en cada sociedad. La mayor potencia de su
trabajo está en la construcción de un método, de un camino para comprender la
dialéctica relación entre opresores y oprimidos. Acercarnos a la producción
teórica de Marx en tanto textos cerrados e inamovibles sería un insulto a su
trabajo. Es urgente una aproximación al pensamiento de Marx como trabajo vivo,
en permanente actualización.
Un aspecto
central de su trabajo es la definición de clase obrera y el rol protagónico de
ésta en la transformación estructural de la sociedad capitalista de la primera
y segunda revolución industrial. Marx trabajó y redimensionó el trabajo de
Hegel (1770-1831) heredando de aquél su esperanza en el mañana. Marx valoró la voluntad
para el cambio e insistió hasta la saciedad en la necesidad de vincular la
voluntad con la conciencia y el pensamiento
crítico.
Precisamente,
desde el pensamiento crítico es necesario y urgente volver a estudiar no sólo
la estructura de clases existente en el capitalismo del siglo XXI, sino también
la fisonomía y características que ha adquirido la clase obrera en la
actualidad en el marco de la tercera revolución industrial y los prolegómenos
del cuarto giro tecnológico en el modo de producción capitalista. Éste no puede
ser un esfuerzo ocioso ni meramente académico, sino profundamente asociado al
proyecto histórico de construcción de otro mundo posible.
El concepto
de clase: clase en sí, clase para sí
¿El primer
dilema es a qué clase obrera se refería Marx?, si a la fabril e industrial o a
todos los trabajadores que convierten su fuerza de trabajo en mercancía.
Desde mi punto de vista, Marx se refería a la clase obrera fabril, industrial,
cuando hablaba del sujeto histórico de la revolución proletaria.
La condición de asalariado o de trabajador (tipo individual, de servicios,
empleados públicos u ocasionales) en el mejor de los casos logra hacer posible,
desde el enfoque marxista, una toma de conciencia sobre su condición en sí,
pero difícilmente lograrían tomar conciencia de “clase” para sí. El proceso de
toma de conciencia para sí no es un acto que se pueda simplificar con el estar
juntos, sino que es todo un proceso de aprendizaje reflexivo que se genera
alrededor de la organización en el mundo del trabajo: en la fábrica, la industria.
Los empleados en tareas informáticas en las oficinas del Banco Mundial, una
cadena de comidas rápidas o los supermercados, una dependencia del Estado e
incluso de una Universidad, que realizan juntos su labor y se encuentran en el
sitio de trabajo, no por ello adquieren una conciencia en sí de clase obrera
que vende como mercancía su fuerza de trabajo. Marx elaboró su concepto de
trabajo asalariado no sólo en la producción, sino también en la distribución y
venta de mercancías, pero considero que su noción de clase obrera como sujeto
revolucionario central era mucho más restringida al proceso productivo. El
agruparse como masa, no es sinónimo de toma de conciencia. Respecto de la clase
obrera, Marx señalaba:
«esta masa es ya
una clase respecto del capital, pero aún no es una clase
para sí * debido a que “los diferentes individuos sólo forman una clase en
cuanto se ven obligados a sostener una lucha común contra otra clase” *, “en la lucha [...] esta masa se une, se constituye como
clase para sí”» * (p.34).
Los procesos de
conformación y constitución de las clases sociales son aplicables no sólo a la
clase obrera. Las incomprensiones al respecto llevaron, por ejemplo, en
Venezuela, a generar reiterados y fallidos intentos por conformar a gran escala
el campesinado como clase social, disminuida ésta como había ocurrió en el
reciente siglo pasado producto de la rentabilidad petrolera. Para ello se pensó
que, con incentivos crediticios, dotación de tierras y conformación de
asociaciones cooperativas sería suficiente para construir desde afuera a una
renovada clase campesina. Ello se hizo obviando factores culturales de carácter
histórico inherentes a un Estado que había anidado a la burguesía alrededor de
la importancia de mercancías producidas ya y listas para el consumo. En esta
realidad la mayoría de los ciudadanos a quienes se les pretendía inducir a
convertirse en campesinos, valoraban mucho más las facilidades que giraban
alrededor del consumo de lo importado que de lo sembrado. La relación de los
hombres y mujeres que trabajan la tierra y se constituyen en campesinado
demanda unas condiciones de trabajo material sustantivamente distintas a las
citadinas. El campesinado que persiste y garantiza su aporte en volúmenes de comida
al resto de la población tiene un conjunto de comportamientos y prácticas
asociadas a su relación productiva con la tierra, propios de una clase, que no
se adquirieron de la noche a la mañana. Estos campesinos cuando han ido tomando
conciencia de clase se han movilizado contra la industrialización del agro que
los haría desaparecer o contra los agro tóxicos.
Algo parecido
ocurrió con los intentos por conformar una clase obrera para sí de manera
simplificada o fast track (vía
rápida) ****. Las empresas de autogestión que fueron puestas en marcha y
funcionaron fueron aquellas que venían de relaciones pre existentes entre el capital
y los trabajadores que les había permitido a sus integrantes ser una clase en
sí: fue a partir de la toma de conciencia de su condición de clase para sí en
intentos por romper con la dominación contra la especulación y explotación del
capital cuando se plantearon tomar el control de la producción. Inician así
enlazamientos con cadenas productivas y de circulación de mercancías que les
permitieran apropiarse de todo el circuito de producción. Y entonces
entendieron la necesidad de redistribuir socialmente el plus valor de esas mercancías, no bastaba con dar la fábrica para
que fuera conducida por hombres y mujeres trabajadoras que no se habían
constituido aún como clase en sí. Esto viene a ser significativo para
comprender dialécticamente los avances y retrocesos en la conformación de la
cultura proletaria. La propia organización autogestionaria de los
trabajadores en el marco de una sociedad capitalista les permitió entender a
los trabajadores la relación entre Estado y supremacía de la ideología burguesa,
y saber que la contradicción también escala y hay que prepararse para ello.
Marx insistía
que una clase social no está determinada mecánicamente por su lugar en la
estructura social. Una clase social no es el resultado de una reingeniería
social realizada desde un centro de poder por simple deseo y al mejor estilo de
las ciencias sociales positivistas, sino la consecuencia de cómo se estructura
el modo de producción dominante y las tensiones entre capital y trabajo. Las
clases sociales desarrollan una cultura, una performance, unos rituales e imaginarios que demandan una
temporalidad, es decir, no se hacen de la noche a la mañana. Esa incomprensión
ontológica sobre el ser colectivo obrero, llevó incluso a organizaciones
revolucionarias a considerar que si un profesional militante hacía unas
“pasantías” en la fábrica se proletarizaba y se convertía en militante obrero
mientras estuviera laborando junto a la clase. Esto generaría serias limitaciones
epistemológicas para entender luego las transformaciones del sujeto
revolucionario en el marco de la tercera revolución industrial.
En el tiempo de
Marx era precario el desarrollo tecnológico, en comparación con la aceleración
que había adquirido la innovación en este campo en los últimos setenta años. La
escala de innovaciones tecnológicas de la primera y segunda revolución
industrial construyeron un imaginario de futuro en el cual era previsible la
multiplicación de fábricas por doquier para poder cubrir las necesidades
fundamentales y el consumo alienado que generaba el capitalismo. Este
crecimiento exponencial de las fábricas e industrias situaría a la clase obrera
en todos los lugares y territorios haciendo posible la revolución proletaria y
la sociedad comunista. Pero ello no ocurrió así.
La clase
obrera
Al lograr
constituirse el capitalismo avanzado a escala planetaria el mundo se estructuró
en lugares orientados a la extracción de materias primas, centros de
transformación de las materias primas en insumos, sitios y cordones fabriles donde
se producían las mercancías y un universo en expansión de servicios alrededor
de la producción y el consumo. La clase obrera se convirtió en la fuerza de
trabajo que producía las mercancías, generándose plusvalía y la espiral de
expansión capitalista.
Como lo
reflexionó y descubrió Marx la clase obrera durante un largo periodo
construiría una cultura propia que posibilitaba su toma de conciencia para auto
convertirse en sujeto revolucionario. El partido revolucionario, como lo harían
la I y II internacionales, y un periodo significativo de la III antes de su
burocratización y liquidación, cumplirían el papel de síntesis histórica para
garantizar la transición revolucionaria entre períodos de repliegue de la lucha
proletaria a situaciones de auge revolucionario. En muchos casos la
“vanguardia” sería incapaz de acompañar el emerger de la propia revolución,
pero ello no quitaba mérito a la importancia de su rol transicional. La Cuarta
Internacional fundada por León Trotsky (1879-1940), sólo dos años antes de su
asesinato, aunque representa hoy el acumulado histórico de las luchas
proletarias del siglo XX, no ha podido cumplir su rol influyendo en las masas.
La organización
de las rutinas de la fábrica y la industria iban generando el agenciar del nuevo
estrato, desterrando a los hombres y mujeres de la fábrica respecto de sus
orígenes y creando un nuevo territorio donde se ejerciera el trabajo. El
trabajo material concreto requería la conformación de una máquina ideológica
abstracta, pero ese proceso construía –como lo señalaba Marx–, una dinámica
como de subterráneo rizoma vegetal, en el cual se constituía la clase obrera en
sí. Cada cierto tiempo se quebraban los dispositivos de control cuando la clase
adquiría conciencia para sí y se daba inicio a formas diversas de acción
revolucionaria.
¿Cuáles eran
estas rutinas que cohesionaban a la clase hasta hacerla tomar conciencia de sí?
Las del tiempo como organizador del espacio, del lugar. Para que el sistema
funcionara había un tiempo para todo, para llegar a la fábrica, para saludarse
y reconocerse desde la última presencia. Quien escapaba al rigor del tiempo
ponía en peligro la eficacia, el cumplimiento de la tarea, la seguridad y hasta
el salario del otro, de los otros. La precisión en la rutina, el adecuado manejo
del fragmento que a cada uno le correspondía fusionaba al individuo con lo
colectivo. El uso
racional de los grados de libertad que cada uno conservaba como
espejismo de libertad, los cuales se asumían sin que ello afectara a los demás.
La anticipación
del error posible, del fallo catastrófico que afectara el universo de cada uno.
La normalización
de los intervalos de trabajo, descanso, alimentación, higiene, diálogo, para
disipar los privilegios entre iguales. La capacidad de actuar en dinámicas
estandarizadas como un mecanismo sincronizado que a su vez convertía a
toda la clase en una maquinaria abstracta que trabajaba lo concreto. En
ese sentido, el barrio obrero se convertía en una extensión de la fábrica con
tiempos y rutinas
cada vez más homologadas.
Los problemas
comunes abrían el espacio para compartir las soluciones. Los lazos de familia extendida
se concretaban entre compañeros de trabajo. La vuelta a la fábrica cada día se
convertía más en un nosotros que en un yo. Lo nuevo en la fábrica, en la industria,
demandaba la inteligencia
colectiva, el aprender juntos para evitar que alguien quedara fuera del nuevo
territorio. La hora de la comida, el encuentro en los baños, las conversaciones
breves en intervalos, se convertían en espacios para compartir angustias, para hablar de los
problemas individuales que de alguna manera se asumían comunes. La opresión del
trabajo
alienante comienza a ser consciente y expresado: la plusvalía se
convierte en un detonador de aspiraciones para mejorar las precarias
condiciones de vida. Resulta evidente que mientras unos (ellas y ellos)
trabajan los otros viven del excedente de la venta de las mercancías. Esto
último posibilitó, la toma de conciencia sobre el poder de la acción colectiva. El sindicato
surge como expresión organizativa y defensiva, pero también como ofensivo: el
estallido de la rebeldía –el estallido de aquel rizoma de la rebeldía–: la
huelga, el conflicto por mejores condiciones de vida a partir del trabajo que
permite lograr victorias que habrían resultado esquivas por otras vías. Es el
momento del inicio
del movimiento de los engranajes de la consciencia en sí y para sí. Este
conflicto
permite descubrir producto de la solidaridad que generó que hay quienes están
inconformes con la situación en la que se trabaja y vive: otras mujeres y
varones trabajadores, estudiantes, educadores, personas de diversa opción
sexual, indígenas o afrodescendientes. El partido y los partidos
revolucionarios se visibilizan y se tornan de carne y hueso cuando encuentran
que uno de ellos es parte de la organización. El acumulado, la experiencia histórica, configura una
cultura proletaria de importancia histórica singular. El proceso se repite una
y otra vez, pero no termina de producirse la situación subjetiva revolucionaria
que empalme con las condiciones objetivas para el cambio estructural, así todo
el pensamiento marxista sigue apostando y trabajando para ese momento de la
revuelta proletaria. Para el marxismo la constitución de la clase como sujeto
revolucionario no deriva de un deseo, de ser un pueblo elegido, sino de las
condiciones histórico-materiales que crean las condiciones de posibilidad para
que ello ocurra.
Una dosis de
evolucionismo histórico se apoderó de una parte importante del pensamiento
marxista. Esta dinámica se vigorizó con el triunfo de la revolución bolchevique
y el ciclo de revoluciones en los países atrasados. Marx no previó, ni tenía
por qué hacerlo, el surgimiento del llamado “estalinismo” y con éste el inicio de
procesos de restauración capitalista que durarían décadas en eclosionar, aunque
aún sus variantes en China, Corea y Vietnam mutan sin diluirse. El
estalinismo quebró la noción lineal y la visión de la historia como un proceso
de evolución irreversible; mostró que había “retrocesos” y evidenció la infalibilidad
de lo cualitativo como superación de lo cuantitativo. Muchos marxistas
consideran que la precaria comprensión de la relación entre medios de
producción y tecnología aceleró la caída del socialismo real.
Katz, C (1997) a
partir de los estudios de Aronowitz (1988) considera que las interpretaciones
de Bernstein (1850-1932), Kaustky (1854-1938), Hilferding (1877-1941), Plejanov
(1856-1918) y Bauer (s/f), son mecanicistas respecto del papel dinamizador de
lo tecnológico en el avance ininterrumpido del progreso. Considero que el
marxismo de esa época era en gran medida determinista e histórico evolucionista
por lo que era naturales esas derivaciones mecanicistas de algunas
formulaciones. Sin embargo, ello no nos puede llevar a desestimar el trabajo de
conjunto de estos revolucionarios. En el caso de Plejanov es necesario retomar
sus elaboraciones respecto a la concepción marxista de las fuerzas productivas
como tecnología, porque las nuevas generaciones de marxistas lo han desestimado
y ello resulta fundamental para entender la situación de la clase obrera en el
siglo XXI.
La visión economicista
que se hace respecto del trabajo de Marx desestima la importancia que él le
otorgó en su pensamiento a la cultura, mucho más allá del campo de lo
ideológico. Pero Marx fue un hombre de su tiempo histórico por lo tanto hay
desarrollos tecno culturales que no conoció y por ende no incorporó en sus
reflexiones. Marx fue un hombre del mundo de la prensa. El periódico y el libro
impreso constituían el imaginario de última generación tecnológica en el campo
de la reproducción cultural.
Sus trabajos
sobre la prensa obrera subrayaban la importancia de este medio para la difusión
de las ideas y las experiencias proletarias. Marx no presenció el impacto en la
cognición humana y de la clase obrera de la comunicación de masas centrada en
lo visual-auditivo, la radio. Marx no conoció ni presenció el impacto
ideológico de una innovación como la televisión que reproducía la ideología
dominante las veinticuatro horas del día, mucho menos la revolución digital, la
web y la virtualidad. Pero
fundamentalmente, y como científico social, no tenía posibilidades concretas de
prever el impacto de estas innovaciones en el mundo del trabajo, en los medios
de producción y la organización social. Lamentablemente buena parte de
las nuevas generaciones de marxistas posteriores a su muerte tuvieron una
aproximación dogmática y cuasi teológica a su pensamiento, concentrada en la
comprobación de sus hipótesis de trabajo más que en su
actualización permanente.
La noción de
proletariado
Los orígenes
italianos y reproducidos en el Derecho Romano del concepto de proletariado para
referirse a aquellos individuos que no poseen más propiedad que su fuerza de
trabajo, es un término que ha generado discusiones e interpretaciones diversas
en el campo del marxismo. Pareciera que en Marx la noción de proletariado es
más totalizante y referida a todos los explotados por el capital en el mundo
laboral, quienes toman conciencia de su situación y deciden movilizarse
colectivamente para cambiar la situación de injusticia y explotación.
La clase obrera
industrial y fabril estaría en el corazón del proletariado y sería su motor
para abrirle paso a la revolución socialista, al comunismo. De allí la
frase del Manifiesto Comunista (1848): «¡Proletarios de todos los países uníos!»
En este sentido, la condición proletaria se convierte en un referente
estratégico en la labor del partido revolucionario, de la vanguardia, de los
comunistas.
El concepto
abarcador de trabajador
El desarrollo
científico y tecnológico comienza a vivir una aceleración históricamente
inusual en el siglo XX, con redobladas expresiones en el periodo posguerras
mundiales. Aunque es justo decirlo, la aceleración no disminuyó en los periodos
de confrontación bélica, sino que su uso en la producción y el surgimiento de
la cultura de masas fue limitado. La aceleración de la innovación científico
tecnológica fue impactando de manera precisa al modo de producción y a la
estructuración del trabajo fabril e industrial. La incorporación de las
innovaciones científicos tecnológicas en la producción fabril e industrial
aumentó la capacidad productiva de las mismas, eso sí, requiriendo menos mano
de obra y quebrando la idea inicial de fábricas por doquier.
La nueva
realidad del mundo productivo comienza la tendencia a acoplar a las
trabajadoras y trabajadores mucho más a las tecnologías que al trabajo de los otros.
Este es un proceso gradual y casi imperceptible que genera nuevas resistencias
fundamentadas en la memoria histórico-cultural acumulada por la clase obrera.
Pero la rueda comienza a girar en la estructura del modo de producción y ello
comienza a expresarse en el conjunto de la sociedad.
La organización
del creciente número y formas de mercancías hace necesaria la creación del “ciudadano
consumidor” para poder concretar el ciclo de apropiación del plus valor.
Mientras la clase obrera ve estancado, y muchas veces disminuido su tamaño
porcentual en la población, se multiplica la creación de nuevos empleos y puestos
de trabajo en áreas de los servicios, la administración y el desarrollo de
mercancías inmateriales.
El empleo y el
trabajo que se expande contiene unas condiciones histórico materiales que
promueven mucho más la competencia que la solidaridad, a pesar de ser parte
estos trabajadores de quienes no tienen otra propiedad para vender que su
fuerza de trabajo. La expansión de la cobertura educativa por parte de los
sistemas escolares conforma un nuevo trabajador que sólo puede vender lo que
sabe hacer para obtener capacidad de compra de alimentos, vivienda, transporte
y ser el soporte económico de los más chicos.
El estancamiento
y disminución numérica de la clase obrera respecto del universo del mundo del
trabajo es nuevamente problematizado por el campo marxista. Pero, además, la
clase obrera inicia un periodo de baja presencia política en contraste con un
creciente protagonismo de los estudiantes trabajadores, los maestros,
enfermeras, médicos, pilotos, etc.
Esto se resuelve
teóricamente de diversas maneras en el campo marxista. Mientras la mayoría de
marxistas continúan desestimando el impacto de la innovación
científico-tecnológica en la conformación de la clase obrera como clase en sí y
para sí, Daniel Bensaid (1946-2010), lo resuelve asumiendo el concepto de
trabajador como “abarcado” por todas las formas de explotación y venta de la
fuerza de trabajo como mercancía a los capitalistas. Guy Standing (1948)
intenta explorar y actualizar el horizonte del marxismo hablando de “precariado”, y más
recientemente ese debate se ha planteado en términos de posibilidad de
disolución de la clase obrera o negación de este enunciado ante el avance de la
robótica en el modo de producción capitalista, para lo cual marxistas como
Harvey (1935), un geógrafo y teórico social marxista británico, han expresado
su oposición a esta posibilidad.
En la década de
1960 del siglo pasado se inicia la tercera revolución industrial con ciclos
internos que se identifican a nivel del público con determinados productos,
pero que tienen múltiples expresiones en el modo de producción. Hasta ahora las
generaciones de la tercera revolución industrial se conocen como la era de la
súper computadora; la de la computadora en casa; la computadora portátil; los
video juegos, internet, la web y el mundo digital en casa; la de las “redes
sociales” y capitalismo cognitivo; y la de la realidad virtual, la inteligencia
artificial, nanotecnología y conexión 4G. Estas innovaciones están
reconfigurando el mundo del trabajo como lo analizaremos en otro artículo con
datos cruzados.
Lo cierto es que
la mutación y multiplicación de las formas y expresiones de venta al capital de
la fuerza de trabajo como mercancía ha generado una expansión sin precedentes
de la mentalidad de la cultura de la llamada “clase media”. El problema es que
el marxismo ha construido una narrativa pequeño burguesa de esa problemática
que limita la comprensión de su desarrollo en el siglo XXI. Sobre ello
volveremos de manera exclusiva en otro artículo.
Buena parte de
la evidencia empírica muestra una intención de hegemonía de la lógica del
consumo y bienestar de la tal “clase media” entre los trabajadores no de
condición proletaria. Los trabajadores comienzan a ver ese estilo de vida y la
performance cultural de éste como su ideal, muy alejado de las previsiones de
un mundo altamente planificado y en asamblea permanente de reorganización
social. El ocio creativo y la diversión ideológicamente pragmática se han
instalado en los imaginarios de buena parte de la clase trabajadora.
________
En los próximos artículos
de esta serie trabajaremos problemas y situaciones novedosas presentes en la
fábrica de la tercera revolución industrial: la pérdida del protagonismo social
de la clase obrera; mutaciones en las narrativas de las izquierdas; la odiada “clase
media” y el capitalismo cognitivo del siglo XXI; los chalecos amarillos, ¿un
nuevo despertar de la clase para sí?; ¿qué es esa vaina de la cuarta revolución
industrial en el mundo del trabajo?, y qué pasa si se cumplen los pronósticos
sobre su aparición: ¿desaparece la idea socialista?, y por todo ello, ¿para volver
al método de Marx es suficiente con rescatar el idealismo hegeliano?
Luis Bonilla-Molina, el autor:
Profesor
universitario y fundador del portal de maestras y maestros Voces en educación, http://www.otrasvoceseneducacion.org Coordinador
Internacional de la Red Global/Glocal por la Calidad Educativa, e Investigador
miembro del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (CLACSO).
Nota
del editor: es norma que en los artículos que originados en otras publicaciones
o distribuidos por ALAI América Latina procedamos a revisiones principalmente de
sintaxis y estilo editorial antes de su nueva publicación. Ello para nada
modifica los conceptos dados por el autor. G.E.
Referencias:
Barronco,
Oriol (2006). “¿Todavía la clase obrera y la condición proletaria?”, en revista
Viento Sur, 86, pp. 42-49
Claudio
Katz. “Discusiones marxistas sobre tecnología y teoría”, en Razón y Revolución ,3, invierno de 1997,
reedición electrónica. Disponible en http://www.razonyrevolucion.org/textos/revryr/prodetrab/ryr3Katztecnolo.pdf
Delegue,
Gilles y Guastara (1997), Mil mesetas:
capitalismo y esquizofrenia. Ediciones Pre-Textos. Valencia. España.
Marx,
Karl, Miseria de la Filosofía, Siglo
XXI, Buenos Aires, 1975, p. 158.
Llamadas:
*
Marx, Karl, Miseria de la Filosofía,
Siglo XXI, Buenos Aires, 1975, p. 158.
**
Marx, Karl, La Ideología Alemana,
Pueblos Unidos, Buenos Aires, 1975; pp. 60-61
***
Marx, K; Miseria de la Filosofía; Siglo
XXI, Buenos Aires, 1975; p. 158.
**** (Nota del editor): Fast Track, en inglés: “vía rápida”
El
artículo publicado ha sido distribuido por ALAI América Latinahttps://www.alainet.org/es/articulo/197955