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sábado, 8 de septiembre de 2012

Juan Meirana, de Playa Verde



Días pasados se nos murió un querido amigo, Juan Meirana, El Pato, pescador artesano y profesional, que con sus artes nos deleitó capturando lenguados, corvinas, pejerreyes y brótolas contribuyendo a la subsistencia familiar larguísimos años. Digo contribuyendo porque en la familia compuesta por el y Ana, sus dos hijos, una nuera y nietas, todas y todos han trabajado, siempre.

Se nos murió repentinamente, en la calle nomás, mientras se esforzaba por resolver el desvío de un torrente de agua de un caño roto de la distribución de OSE, y hoy sábado 8 de septiembre sus cenizas fueron arrojadas a la mar, frente al espigón de su casa. No pudimos ir porque estamos lejos, del lado occidental del estuario. Este sábado hemos pasado un mal día porque no pudimos estar en ese espigón.

Extrañaremos muchísimo a quien a los gritos nos llamaba “Angostitos”, “Señora del Inspector” e “Inspector”. Con el que nunca nos tuteamos aun siendo que con Ana, Coco y Germán sí. Creo que con él no nos tuteábamos porque así era nuestro estilo de conversación cuando en las tardes soleadas de invierno, o de primavera, aparecía pedaleando o corriendo trayendo lomos frescos lavados en agua de mar, jugando con el apellido de nuestro vecino lindero, decía El Pato: —¿Usted le vió a Levy?... Yo no le vi —, o nada más que para conversar de viejas y nuevas cosas perdidas o encontradas—: ¿Un cafecito Juan?... —Sí, si ustedes van a tomar.

Algunas veces recorría apurado el terreno de nuestra casita desde el frente hasta el fondo lindante con los López Levy, cruzaba el paso allí existente y salía por la otra cuadra para llegar hasta un almacén. No ahorraba pasos sino que caminaba de más, lo hacía para repartir y recoger saludos, palabras sueltas, mínimas carcajadas.

¡Hasta siempre Juan! Tengo con usted una gran deuda que espero poder pagar.